Los hermanos serán mi oración

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EN SEPTIEMBRE DE 2004 nuestro Hermano Laurence (Lorenzo) cometió el error de estacionar la retroexcavadora que estaba operando en una pendiente y bajarse de ella. Nadie vio que ésta caía sobre él, apresándolo contra el suelo. Pero fue así como el Hermano Joseph (José) lo encontró.  Hubo que transportar a Laurence en helicóptero al hospital.  Su presión arterial estaba demasiado baja para que los médicos pudieran darle anestesia, así que sólo pidieron a las enfermeras de la sala de urgencias que lo sostuvieran mientras abrían sus heridas y las limpiaban.

Laurence permaneció en el hospital por meses. Pensaban que no iba a vivir, así que cuando regresó a casa, confinado a una silla de ruedas pero respirando, todos los hermanos fueron a verlo. El Padre Francis (Francisco) quien, como abad, era el guía espiritual y superior de la comunidad, era el último en la fila. Al ver a su padre espiritual, Laurence se echó a llorar. "Padre Francis," dijo, "No puedo rezar."

El abad respondió, "Laurence, de ahora en adelante, no te preocupes por rezar. Los hermanos van a ser tu oración."


Y, como yo descubriría muy pronto, "Las hermanas van a ser tu oración."

Escuché esta historia una semana antes de viajar a Esmeraldas, Ecuador.  Las Monjas Trapenses de Nuestra Señora de la Esperanza (Trappistine Nuns of Our Lady of Hope) estaban preparándose para elegir una nueva superiora y el Padre Stanislaus (Estanislao), que recién había sido elegido como nuevo abad de Mepkin, tenía que viajar para ayudar a encaminar el proceso.  Yo me estaba preparando para profesar los primeros votos y necesitaba tiempo de retiro, entonces Stanislaus me preguntó si me gustaría acompañarlo. Decidí que recordaba suficiente español del aprendido en la escuela secundaria como para mantener una conversación, y acepté con un entusiasmo vacilante.

En Nuestra Señora de la Esperanza, si bien hubo algunos errores de traducción embarazosos, yo entendía la mayor parte de lo que decían las hermanas.  Me reunía con las novicias y me las arreglaba para contar la historia de mi vocación en español y comprender las de ellas. Era gratificante y totalmente agotador.

Me encantan los salmos, pero para mi mente que andaba a tientas cantándolos en español, esto no calificaba como oración.  Después de tres días frustrantes, mientras estaba sentado en mi habitación, me surgió una pregunta con tanta fuerza que la dije en voz alta: "¿Cómo pretendes que yo discierna un llamado a la vida Trapense esta semana, si no puedo participar totalmente en la liturgia?"  Un pensamiento calmó mi ansiedad, pensamiento que desde entonces he reconocido como la respuesta de Dios:  "Las hermanas van a ser tu oración."

Si la respuesta del Señor hubiera sido audible, Él simplemente hubiera susurrado entrega una y otra vez.  Dios sabía qué clase de retiro necesitaba antes de que yo lo supiera: Tenía que confiar en un grupo de mujeres que no conocía; tenía que hablar un idioma en que no me expresaba muy bien; y tenía que confiar en que, en opinión del Padre, las oraciones de las hermanas eran suficientes para ambos.  Fiel a su imagen, Dios me mostró que el Salvador sólo es relevante en mi vida en la medida en que me permito estar abrumado, lo admito, y le pido su ayuda.

Llegan las distracciones

Para mí es difícil permitir que los hermanos, en particular mi superior, se entrometan con mis agendas altamente desarrolladas y absolutamente inútiles. Durante los últimos tres años, a pedido del abad, he venido acompañando con la guitarra las diversas oraciones litúrgicas.  En la práctica, el hecho de que los hermanos lo necesitan eleva este pedido a la exigencia de sagrada obediencia.

Soy, en primer lugar, un poeta; fueron los salmos que los monjes entonan siete veces por día lo que me atrajo al monasterio.  Su valor poético me habla al corazón y si quien los canta tiene una mente y un corazón abiertos, no sólo son su oración a Dios, sino también algo que Dios le está diciendo.  Es la voz misma de Cristo.  La prisa por tener esa clase de comunicación, el deseo de ella, es lo que saca a un monje de la cama y lo lleva a la iglesia a las 3:20 de la madrugada.

Pero es precisamente entonces que llegan las distracciones.  Para mí el escenario litúrgico en que rezamos los salmos requiere más energía que la que me da.  Se agrega a esto que dirigir el Oficio Divino musicalmente me obliga a prestar atención a algo más que las palabras de la página.  Evalúo qué parte del coro es más débil y canto con ellos.  De vez en cuando aparece un acorde que no uso a menudo y tengo muy poco tiempo para recordar cómo tocarlo.  Paso por todos los servicios de oraciones así, siempre anticipándome mentalmente dos pasos.  Esos detalles me requieren tanta atención que a menudo no puedo recordar cuáles salmos rezamos recién.

En cierto modo todo eso es muy normal:  La lucha y las distracciones son parte de la condición humana.  Por otra parte, Dios está hablando.  Si yo fuese a invitar a alguien a una cena romántica y le prestase la clase de atención que le presto a Dios, no le echaría la culpa si nunca más me llamase.  Por supuesto, la paciencia de Dios es menos voluble que la nuestra, pero eso me hace querer cambiar, no aflojar en mis esfuerzos.

Los antiguos monjes enseñaban que la falta de atención a menudo provenía de un estorbo a la oración que llamaban acedia. La acedia es una enfermedad extremosa:  Provoca tanto exceso de trabajo como pereza.  Los primeros Padres del Desierto enseñaban que ésta es manipulada por el diablo, que intenta atraparnos en la vanagloria y el orgullo.  Quiere que sigamos nuestro propio interés en vez de dedicarnos al bien de la comunidad.  Cuando nos sentimos miserables por actuar con tan poca motivación, terminamos atacando a los hermanos, vulnerando el orden y la paz que Cristo ha establecido en el monasterio.

Entonces el diablo sugiere que simplemente renunciemos del todo a la vida monástica. Nadie se presenta con capa roja y cuernos; el diablo trabaja mediante los procesos normales de la mente.  Decidir dejar el monasterio es a menudo una conclusión muy lógica.  Muchos buenos monjes han seguido esta sugerencia.  Pero dejar el monasterio rara vez es una decisión saludable.

Sintonizar

Mi trabajo requiere que, algunos domingos por la mañana, tenga que repasar la música de la Misa con los cuatro hombres que cantan las armonías.  Eso puede resultar exasperante. Por un lado, la última lección de piano que tuve fue en tercer grado, y sólo he tomado unas pocas lecciones de guitarra, así que difícilmente estoy preparado para hacerlo.  Sumado a esto, no me siento cómodo teniendo una posición de autoridad sobre hombres que han estado en el monasterio desde antes que naciera mi padre.

Pero supongo que Moisés hubiera preferido que lo mandasen a Las Vegas y Jonás hubiera preferido llegar en su súper bicicleta al Río Tigris antes que predicar sobre la penitencia en Nínive.  Entonces, yo trabajo con nuestros cantores.

La Misa en Mepkin empieza a las 7:30 a.m.  Un domingo, durante una práctica previa a la misa, a pesar de intentarlo arduamente, no pudimos cantar correctamente el salmo responsorial.  A las 7:12 decidí que iba a avanzar más si simplemente cantaba el salmo yo solo y dejaba de lado al coro.  He sufrido el "pánico de actuación" por largo tiempo y para ese momento estaba viviendo la coreografía familiar de pánico absoluto.  A las 7:17 me di cuenta de lo que había salido mal con el refrán, y dado que el Hermano Joseph era el único cantor que pude encontrar rápidamente, le pedí que lo aprendiera.

Era evidente que el refrán iba a salir bien después de un par de prácticas.  Pregunté si podíamos cantarlo una vez más, solamente para afirmarlo, aunque todavía tenía que aprender los versos.

Yo no sabía lo que me esperaba.  A las 7:25 el Hermano Joseph, que rara vez se siente cómodo cantando como solista, se lanzó desde el refrán a cantar los versos impecablemente.  El había sabido esa parte todo el tiempo; sencillamente nunca habíamos llegado hasta allí.  Lo cantó igualmente bien en la Misa.

Para mí, ver al Hermano Joseph salir de su posición cómoda fue ver a Jesucristo.  Yo no sabía cómo iba a salir la música ese día, y salió magnífica.  Y no fue porque yo me había dedicado a la tarea, o porque había rezado con intensa pureza.  Fue porque el Hermano Joseph había sido generoso.

Para que el lector comprenda: 33 monjas Ecuatorianas y un anciano de Mepkin me enseñaron que encontrar a un Dios que no puedo ver implica confiar en la muy humana y visible comunidad.  Dios hizo que los salmos que Él quiere que yo rece salgan de las bocas de los hermanos.  Está intentando enseñarme a escuchar.

La vida en Mepkin puede resultar una misión pesada, pero yo reconozco la presencia de Dios allí también.  Él me sujeta a las reglas, Cristo limpia mis heridas.  El profeta Isaías dice: "Así será cuando el Señor comience a sanar a su pueblo y cure las heridas que Él les hizo."  ¡Amén, así sea!  Los hermanos serán mi oración.

El Hermano Dismas El Hermano Dismas ingresó a la Abadía de Mepkin en enero de 2005.  Cuando no está tocando la guitarra, ayuda en la granja de cultivo de hongos que se está iniciando en el monasterio.


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