Desde el compartir un baile hasta compartir el pan

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TIEMPO ATRÁS, cuando ganaba premios en competencias de break dance, Leo Patalinghug estaba lejos de parecer la clase de persona que llegaría a ser sacerdote. Era un tipo ocupado, que volcaba su considerable energía en los deportes y el baile. No tenía tiempo ni se sentía inclinado a sentarse y reflexionar sobre su vocación de vida.

No obstante, la Iglesia Católica tiene una larga historia de tipos poco probables que se vuelven hacia el ministerio y tienen éxito.

“Si Dios puede usarme, hay esperanza para el mundo,” dice Patalinghug con una sonrisa. Por cierto, él aporta bastante talento. Además de su habilidad en la pista de baile (en un tiempo era parte de los “Breakanics,” que ganaron el premio mayor de break dancing en Baltimore, en 1983), Patalinghug es cinturón negro en diversas artes marciales, incluyendo tae kwon do y arnis, un sistema de artes marciales Filipinas.

Y si todo eso no fuera suficiente, su amor por la cocina, que desarrolló como seminarista en Roma, lo impulsó a iniciar la producción de un espectáculo de TV, Grace Before Meals: Recipes for Family Life (Bendición Antes de las Comidas: Recetas para la Vida en Familia), con la esperanza de fortalecer a las familias mientras cocinan y comen juntos. También ha publicado un libro con el mismo título.


Mientras su vida combina muchas pasiones, hoy en día todas ellas conducen a un enfoque singular sobre la vocación. Cuando Patalinghug no está viajando por el país conduciendo retiros y dando conferencias, en las que ocasionalmente baila break-dance o hace artes marciales, pasa los días dirigiendo a seminaristas y ayudándolos en el camino al sacerdocio, en su carácter de director de educación pastoral en la práctica en el Seminario de Mount Saint Mary en Emmitsburg, Maryland.

Si bien está sirviendo a hombres que están todavía camino al sacerdocio, dice que es él quien se siente inspirado por el testimonio de ellos. “Nunca me he sentido tan poco digno de mi vocación hasta que llegué aquí. Me ha ayudado a reflexionar sobre mi propia vocación porque [los seminaristas] desean tan intensamente cumplir con la voluntad de Dios,” dice. 

No era el candidato perfecto

Su propio deseo de hacer la voluntad de Dios fue un proceso gradual. Si bien Patalinghug creció en una devota familia Católica de inmigrantes filipinos de Baltimore, el sacerdocio no estaba en la pantalla de su radar. De hecho, falló tres veces en el examen para ser monaguillo en su parroquia, y su único motivo para intentarlo nuevamente fue asegurarse un lugar en el paseo anual de la parroquia a un parque temático ese verano. “No soy el candidato perfecto. Soy el primero en admitirlo, pero Dios elige a los débiles y los hace fuertes,” dice.

A pesar de su tibio interés, la fe Católica era inevitable en la casa de la familia Patalinghug. Todos los viernes en la noche la familia se reunía para rezar el rosario con los brazos extendidos durante la primera, tercera y quinta decena. Además de las oraciones familiares, Patalinghug asistía a escuelas Católicas y a clases de catecismo, que le daban una “doble dosis” de educación Católica.

Mientras continuaban las oraciones y la educación formal, Patalinghug tomaba parte en las actividades típicas de un joven de los 70 y los 80 y se hizo experto en break dancing y artes marciales. Ayudó a su hermano a abrir una escuela de karate, donde también era instructor.

Años más tarde, en 1999, cuando el obispo ungió sus manos el día que fue ordenado,  Patalinghug reflexionaba sobrecogido que las manos consideradas como armas ahora serían usadas para traer a Cristo a los otros. Ese día, “sentí como si el Señor dijese, ‘Voy a cambiar tus espadas por arados.’ ”

Ahora recuerda sus años jóvenes y sabe que Dios estaba trabajando aún en esa época de los “buenos, los malos, y los no tan malos,” dice. Patalinghug todavía usa en ciertas oportunidades sus habilidades de break dancing y artes marciales cuando da una plática a gente joven. Es imperativo llegar a la gente en su propio nivel, para poder evangelizar verdaderamente, dice. 

Un cambio dramático

Esforzarse para llegar a ser una persona mejor fue esencialmente lo que llevó a Patalinghug a una comprensión más honda de su fe. Como adulto joven, estaba en búsqueda de la verdad. “Era ‘la fe buscando entendimiento’ ” dice, reiterando las palabras de San Anselmo de Canterbury.

Durante sus años de adulto joven, buscaba “amistades profundas, satisfactorias para el alma.” Esto resultó frustrante, sin embargo, “porque nunca podía expresarme totalmente a sólo una persona.” Estaba inquieto. Y estaba ocupado. Sus días trabajando como disk jockey,  instructor en la escuela de karate de su hermano, guardavidas, y miembro de un equipo de conversación y debate no le dejaban tiempo para buscar respuestas a las cuestiones más profundas que guardaba en su corazón.

Pronto, sin embargo, todo lo que ocupaba su vida llegó a un estrepitoso alto: Patalinghug se dislocó la rodilla esquiando. “Fue un cambio dramático,” dijo, recordando sus dos semanas de reposo en cama. Fue un tiempo frustrante y confuso, dado que todas sus actividades quedaron en suspenso. Patalinghug estaba en la cama y contemplaba la vida y su futuro. Este momento de calma en su vida apresurada fue el principio de su viaje hacia su vocación.

Después de recuperarse de su lesión, Patalinghug hizo una peregrinación a un sitio donde había aparecido María, donde “sentí que María me estaba pidiendo que me hiciera sacerdote.” Fue el primer jalón a su corazón para discernir el sacerdocio. Cuando regresó a su casa, empezó a rezar el rosario fervientemente, yendo a Misa durante la semana, e interactuando con otros adultos jóvenes Católicos.

“Estaba bajando la velocidad y descubriendo más acerca de mi fe,” dice Patalinghug. Ese proceso eventualmente lo condujo al ministerio de la juventud. Profundizó más aún, pero pronto se daría cuenta de que Dios lo quería todo de él. Patalinghug se encontró lesionado de nuevo, dislocándose la misma rodilla por segunda vez, después de lo cual se le puso un yeso grande. Una vez más se vio forzado a quedarse quieto, y tuvo tiempo para la contemplación.

Empujado

El siguiente empujón hacia el sacerdocio sucedería en una fiesta de Halloween a la que asistió cuando todavía se estaba recuperando de su segunda lesión en la rodilla. Fracasó en sus esfuerzos para vestirse de vampiro o de momia. Entonces Patalinghug se vistió de negro, envolvió su cuello con una tela blanca, la aseguró por detrás, y decidió ir vestido de sacerdote.

Viéndolo a través del espejo de su recámara, su madre se sorprendió, pero lo que vio le dio gusto. Con confianza, él le aseguró que era simplemente una broma, que continuó mientras ofrecía “bendiciones” durante toda la noche. La actuación fue tan convincente que algunas personas lo creyeron, agrega con una sonrisa.

“Yo era un punk de 20 años, simplemente siendo impertinente,” dice Patalinghug, agregando que a pesar de que todo era humorístico, algo estaba conmoviendo su alma. “Me gustaba que la gente viese en mí a un sacerdote.” El disfraz de Halloween fue un episodio más que lo estaba acercando a su salto de fe.

A medida que Patalinghug seguía recuperándose lentamente de su segunda lesión de la rodilla, miró hacia el cielo frustrado, alzó los brazos al aire y dijo, “¿Qué quieres de mí? ¿Qué significa todo esto?” Fue como si Dios respondiese a sus mismas palabras. “Sentí que Dios me decía, ‘Quiero todos tus dones. Quiero usarlos.’  Me puse a llorar. Dios quería que yo le diese todo a él”. Conmovido por la invitación, Patalinghug dijo, “Sí” y estuvo listo para dar el paso siguiente.

“Me sentí como si estuviese invitando a una chica a una cita,” cuenta, acerca de los temblores y nerviosismo que sintió cuando llamó a la oficina de vocaciones de la diócesis. Al oír la voz del otro lado, inmediatamente colgó el teléfono. Llamó de nuevo y finalmente se encontró con el director de vocaciones de la Arquidiócesis de Baltimore.

“Empecé a emocionarme. Decirle ‘sí’ al Señor significa que tienes que renunciar a algo, y puede ser doloroso,” dijo. Pero a medida que avanzaba hacia el sacerdocio, Patalinghug encontró la paz. “Dios trabajaba mejor en medio de las frustraciones . . . . No siempre parecía tener sentido, pero la fe es misteriosa. No es una ecuación matemática. Se requiere confianza,” dice. 

Una vida de satisfacciones 

Ahora hace nueve años que es sacerdote. Patalinghug empieza sus días a las 5 a.m. con una hora sagrada, oraciones matutinas, y Misa. El rol de padre espiritual es uno de los aspectos favoritos de su vocación. “Hay algo satisfactorio en ser una figura paternal,” dice. Encuentra que su vida es humilde, desafiante y frecuentemente visitada por experiencias jubilosas. Al mismo tiempo observa que la vida de un sacerdote diocesano puede hacer que uno a veces se sienta solo.

“Vivo una vida de soledad; por lo tanto se la puede  sentir como solitaria,” dice. Son los sacramentos y el amor de Dios los que le dan la fortaleza para cumplir sus tareas diarias y hacer frente a las dificultades. “En todos esos desafíos,” dice Patalinghug, “qué puede uno hacer sino alzar sus manos al cielo y decir, ‘¿Ahora qué?’ y Él dice ‘Confía en mí.”

Esa confianza llevó a Patalinghug a donde está hoy, y él considera que es suficiente para el futuro, a medida que continúa entregando a Dios su talento para hablar, bailar, practicar artes marciales, cocinar, y tal vez algunas otras habilidades no descubiertas aún.

Henrietta Gomes es una escritora del staff del Arlington Catholic Herald de la diócesis de Arlington, Virginia. 

Para saber más acerca de los diversos proyectos del Padre Leo Patalinghug’s y ver su programa de conferencias, ver 
www.gracebeforemeals.com.

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